PRESENTACIÓN
Finalizada la Primera Guerra Mundial, irrumpe en la arquitectura de Europa el «Movimiento Moderno» que pretende ser una revolución internacional, una utopía como la socialista, lanzada a mejorar la vida de las viejas sociedades, aceleradamente industrializadas en las décadas precedentes. Funcionalismo estricto, estética maquinista, minimalismo o urbanismo de tabla rasa son algunos de los mandamientos de la última modernidad.
Por esa época, Buenos Aires venía bailando un desaforado eclecticismo hecho de innumerables ritmos europeos que ya combinaba con otros americanos para lograr un «tango arquitectónico» propio, salpicado por cortes y quebradas Art Déco. Justo antes de terminar la fiesta radical de los años veinte se presenta al baile de disfraces arquitectónico porteño una obra que hace escándalo. Desnuda como Josephine Baker en el escenario del teatro Astral, la casa de Victoria Ocampo en Palermo Chico es la declaración de una nueva y auténtica modernidad que aquí se llamará «Racionalismo». Y a ese futuro templo del Grupo Sur lo bendice de cuerpo presente nada menos que Le Corbusier, a pesar de que fuera diseñado y construido por un gran sacrílego como el clasicista Alejandro Bustillo.
Es evidente que desde el primer ladrillo, el racionalismo argentino fue en esencia diverso del europeo. En sintonía con el caso estadounidense, en el ámbito local no estaban planteados de igual manera los conflictos sociales, políticos, económicos y culturales que generaron esa reacción ético-estética en Europa. Aquí en el sur, dentro del sincretismo racionalista, va a persistir una heterogeneidad dentro de la uniformidad, ya que la cultura arquitectónica local seguía nutriéndose en varias fuentes, con la actuación de innumerables profesionales extranjeros, la utilización de materiales y sistemas técnico-constructivos importados, el empleo de mano de obra inmigrante y la adopción de modelos e iconografías europeos de transmisión y asimilación casi instantánea.
A lo largo de la década de 1930 la arquitectura discreta y sobria del Racionalismo permite reaccionar contra la «falsedad» del eclecticismo inmigratorio y hacerle frente al caos ensoñador de la ciudad de la Belle Époque. Se rememoran la simplicidad y la pureza de la arquitectura criolla, ese neoclasicismo rural y popular del siglo XIX añorado por la elite conservadora.
ARTÍCULOS
Buenos Aires Racionalista
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